sábado, 17 de septiembre de 2016



Dejemos de hablar pendejadas, en Colombia no hay paz y tampoco la habrá por ahora

Carlos E. Lippo



Cualquier persona medianamente enterada de la política colombiana debe tener conocimiento de que tras largas negociaciones realizadas en La Habana, bajo la garantía de los gobiernos de Cuba y Noruega y con los gobiernos de Venezuela y Chile en el rol de acompañantes, el gobierno de Colombia y el Secretariado de las FARC-EP lograron el pasado 24 de agosto un acuerdo que pone fin a más de medio siglo de confrontación fratricida; también podría saber que dicho acuerdo que deberá ser firmado en un acto solemne el próximo 26 de septiembre en Cartagena de Indias, posteriormente será sometido a consulta popular en un plebiscito que se celebrará el próximo 2 de octubre.



Esa misma persona podría ser que no supiese que en cumplimiento de los acuerdos está previsto que los guerrilleros de las FARC-EP se concentren en más de una veintena de puntos de la extensa geografía colombiana para entregar sus armas antes de poder reincorporarse a la vida civil y que el proceso de dejación de armas se hará bajo la observación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) cuyos representantes también harán presencia en las zonas donde vivirán los guerrilleros por seis meses mientras se completa su progresivo desarme.


Pero lo que a cualquier persona tiene que resultarle inconcebible es que después del acto protocolar del 24 de agosto, no sólo ocurre que no se ha registrado una disminución de las agresiones y de los asesinatos perpetrados en contra de luchadores sociales de la más variada extracción (campesinos, trabajadores, indígenas, afrodescendientes, etc.), sino que se ha registrado un incremento sustancial de estos abominables hechos, tal como puede constatarse de la comparación de la cifra de este tipo de asesinatos ocurridos entre el 26 de agosto y el 12 de septiembre, 13 en total, con las contenidas en un informe titulado “Éste es el fin? (1), del Sistema de Información sobre Agresiones contra Defensores de Derechos Humanos en Colombia (SIADDHH).


En efecto, con arreglo a dicho informe que se refiere sólo a los primeros seis meses del 2016, en Colombia en ese mismo lapso cada dos días fueron agredidos dos defensores de DD.HH., y cada cinco días, fue asesinado uno. En resumen, en el primer semestre del año se registraron 314 agresiones y 35 de ellas culminaron en asesinatos, lo que representa un incremento del 3 por ciento con respecto al mismo período en 2015. En la mayoría de los casos, los presuntos responsables fueron: grupos paramilitares, con un 68 % de participación, “grupos desconocidos” (22 %) y agentes estatales (militares, policías, etc.), con un 10 % de participación.

La situación es que a pesar de que con posterioridad a la suscripción de los acuerdos del 24 de agosto, el gobierno colombiano que en sana lógica debería haberse abocado a velar por la integridad y la vida de sus opositores pacíficos con mucho mayor esmero, tendría que hacerse responsable por la comisión de un asesinato cada día y medio (20 días/13 asesinatos), cifra que más que triplica el promedio de los seis primeros meses del año.


En un artículo de la revista Semana de Colombia (2), se reseñan los nombres, datos personales y circunstancias en que acaecieron los asesinatos de cada uno de estos 13 compañeros; aunque a nosotros todos ellos nos inspiran el mismo respeto y los mismos sentimientos, queremos hacer especial mención del caso de la compañera Cecilia Coicue quien había ofrecido su finca para que fuese uno de los 20 sitios de concentración de guerrilleros a los que hicimos referencia en el párrafo segundo de estas notas.


El caso es, de acuerdo al testimonio de los presentes, que la compañera Cecilia estaba en su casa el martes 6 de septiembre lavando la ropa, cuando a eso de las 9 de la mañana se percató que el agua dejó de salir con presión; entonces le notificó a su hija del mismo nombre que se dirigiría a donde se encuentra el nacimiento de agua a averiguar la razón de eso, pero nunca volvió. Hacia las 5,30 de la tarde del miércoles 07, su cuerpo fue encontrado en inmediaciones del nacedero del agua que ella fue a revisar el día anterior (3).

La compañera Cecilia además de ser miembro del Movimiento Marcha Patriótica, fundado por Piedad Córdoba, militaba en varias organizaciones campesinas y sindicales de alcance regional y nacional y por tal motivo su asesinato fue condenado enérgicamente desde La Habana por el Secretariado de las FARC, mediante un comunicado del cual presentamos los puntos más resaltantes: “Su asesinato, ocurrido el pasado 6 de septiembre, en momentos en que Cecilia se encontraba en su predio, constituye una pésima señal de confianza en el desarrollo de la construcción de paz en los territorios. Estos hechos ocurren mientras avanzamos hacia la puesta en marcha de todos los dispositivos del cese bilateral y la normalización de los territorios”; “…no se podrá hacer realidad la paz estable y duradera si persiste el asesinato selectivo de líderes y lideresas cívicos y populares” y “…estos hechos demuestran que es urgente la implementación inmediata en los territorios de las medidas acordadas en el punto Garantías de Seguridad del Acuerdo Final”.


Pero no es el asesinato selectivo de pacíficos luchadores sociales el único tipo de acción terrorista que vienen incrementando el gobierno y sus agentes represivos ilegales, sino que diariamente se registran acciones represivas colectivas sobre inocentes pobladores de numerosos pueblos de la Colombia profunda, por el sólo delito de defender la integridad de sus fuentes de agua y sus tierras de cultivo del depredador accionar de las transnacionales petroleras y mineras; acciones éstas que son ejecutadas, con el uso frecuente de armas de guerra, fundamentalmente por funcionarios del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), que es una unidad grupo de la Dirección de Seguridad Ciudadana (DISEC) de la Policía Nacional de Colombia, cuya misión declarada es el control de manifestaciones, disturbios y apoyo a desalojos, con el fin de restablecer el orden y la seguridad de los habitantes. Acciones que vienen siendo sistemática y valientemente denunciadas por José Manuel Arango C., en su muy combativo portal “Clarín de Colombia” (http://www.clarindecolombia.info/).


El verdadero impacto adverso de estas acciones del siniestro SMAD quizás pueda ser apropiadamente ilustrado por medio de una confidencia del compañero Arango, que paso a reproducir a continuación: “Un campesino ayer (15 de septiembre), en medio de la refriega en El Doncello Caquetá, cuando era golpeado por esa fuerza represiva (el ESMAD) y casi sin poder hablar, desangrándose, voz entrecortada por los gases, y tal vez con la intención de que lo mataran mejor antes de seguir sufriendo, sacando fuerzas de donde no las alcanzaba a tener (vi el video), levanta su curtida carita, pero de manera firme y retadora mirando fijamente a su agresor enmascarado y acorazado, le dice sin titubeo alguno: "hijueputa, malparido, si estuvieran los guerrilleros aquí, ahí si no harían con nosotros lo que están haciendo hoy"”.

Terrible testimonio el de este joven campesino iletrado, seguramente sin siquiera un año de escolaridad, que a diferencia de todos en la “izquierda culta”, plenamente consciente de lo que ocurre, se atreve a decirlo en un momento tan comprometido de su vida; y es que se trata de que con el famoso acuerdo, el régimen ha quedado con vía libre para reprimir, pues militarmente ya nadie se lo impide.

Este desmesurado aumento de la acción represiva del gobierno colombiano durante los pocos días transcurridos después de la firma de los acuerdos demuestra, a juicio nuestro, que el origen del proceso de paz hay que buscarlo no en la vocación pacifista o humanista del gobierno burgués colombiano y ni siquiera en una motivación pragmática, para tratar de resolver un conflicto militar que llevaba ya años empatado, sino en las exigencias del amo imperial, apremiado como éste se encuentra en desplazar a las guerrillas de las selvas y montañas plenas de recursos minerales de importancia estratégica, para así poder poner estas ingentes riquezas en manos de sus transnacionales privadas.


Demuestra también algo que pensé tan pronto tuve noticia de los temas que se estaban discutiendo en ese mal llamado “proceso de paz”, que contemplaban una poco comprensible dejación unilateral de las armas por parte de las FARC, siendo que ellas no habían sido derrotadas ni militar ni políticamente ni era posible vislumbrar su derrota en el corto plazo; ese algo que pensé y apenas sugerí en algunos de mis artículos, por estar impregnado, como todos en la izquierda revolucionaria, de los más genuinos deseos por el logro de la paz, es el hecho, casi totalmente comprobado hoy, de que los acuerdos, tal como han sido suscritos, sólo habrán de conducir a la desintegración de las FARC, así como a una acentuación de las severas condiciones de vulnerabilidad ante la represión gubernamental que ya hoy presentan las comunidades que resisten para  defender pacíficamente sus derechos frente al avasallador avance de los representantes del capitalismo depredador.


Decidido como estoy a retomar mi costumbre de transitar por la calle del medio y de hablar sin pepitas en la lengua, quiero ahora hacer un llamado a todas las fuerzas revolucionarias de nuestros dos países, con el propósito de instar a los compañeros del Secretariado de las FARC a comenzar a tomar acciones tendientes a detener el proceso de desarme o a hacerlo tan lento como sea necesario para lograr que el gobierno colombiano comience a desmontar o en todo caso a reprimir de forma efectiva a sus aliadas fuerzas paramilitares, responsables de casi el 70 % de las agresiones en contra de los pacíficos luchadores sociales que se resisten a sucumbir ante la inusitada ola de terror que ha sido desatada con posterioridad a la firma de los acuerdos del 24 de agosto.


Al mismo tiempo quiero hacer un llamado a la mayor solidaridad tanto con los compañeros de los frentes de las FARC que han desatendido el llamado de desmovilización ordenado por el Secretariado, como con los compañeros del Ejército de Liberación Nacional ELN, que vienen dando demostraciones palpables de no querer transitar el mismo “camino a la paz” impuesto a las FARC por el gobierno Santos. ¡Para estos compañeros parece seguir estando claro que la paz es un bien que se conquista y que la única paz que puede resultar de una negociación con las fuerzas del imperio es la paz de los sepulcros!

¡Por una Latinoamérica unida, libre y soberana!
¡De pie o muertos, nunca de rodillas!
¡Hasta la Victoria Siempre!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!

Caracas, septiembre 17 de 2016

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