sábado, 24 de noviembre de 2018


El supuesto patrocinio al terrorismo es la nueva excusa del imperio para invadir a Venezuela
Carlos E. Lippo

"Ya es oficial: Estados Unidos es el principal estado terrorista del mundo, y está orgulloso de serlo”
Noam Chomsky, lingüista, filósofo y analista político estadounidense, en noviembre de 2014



El terrorismo es un concepto difícil de consensuar, cambiante y frecuentemente polémico, a un grado tal que la comunidad internacional no ha logrado aún ponerse de acuerdo en cómo definirlo. El concepto de terrorismo ha llegado a ser tratado con tal nivel de subjetividad que la celibérrima BBC (British Broadcasting Corporation), el servicio público de radio y Televisión del Reino Unido, que opera bajo el mandato de una carta de la corona que teóricamente le garantiza su independencia frente a controles de tipo político o comercial y siempre ha tratado de enfatizar su imparcialidad, sugiere en sus manuales de estilo el tratar de evitar los términos terrorista y terrorismo.

Intentando abordar a una definición más o menos neutral podríamos decir que se trata del uso sistemático del terror utilizado por una amplia gama de organizaciones: gobiernos en el poder; grupos de todo tipo (religiosos, racistas, colonialistas, independentistas, revolucionarios, conservadores, etc.; así como también por individuos, con el propósito de intimidar a ciertos grupos poblacionales, promoviendo de esta forma el logro de sus objetivos. Es importante entender que el terrorismo se distingue de los actos de guerra y de los crímenes de guerra en el hecho de que se produce en medio de la total ausencia de ella.

En épocas recientes y no tan recientes, sucesivos gobiernos de los Estados Unidos han proporcionado apoyo de todo tipo a organizaciones paramilitares y terroristas alrededor del mundo, tal como lo atestigua el informe final sobre una revisión hecha por la CIA a sus propias operaciones encubiertas recientes, ordenada por la administración Obama con el propósito de determinar su efectividad, a raíz de la cual se concluyó que, por desgracia, los éxitos habían sido tan escasos que era necesario reconsiderar esa política, en especial la de armar a insurgentes en todo el mundo, algo que dicha agencia ha venido practicando a lo largo de sus 71 años de existencia. Pero resulta además que también han brindado asistencia a numerosos regímenes autoritarios que han usado el terror como herramienta de represión, un caso tan igual de grave o más grave aún que el anterior.  

El diario “The New York Times” fue el primero en destapar el caso de dicha revisión, al publicar un artículo bajo el título de “Estudio de la CIA sobre la ayuda encubierta aviva el escepticismo acerca de ayudar a los rebeldes sirios”, a raíz de lo cual Noam Chomsky, en un artículo  publicado en la web “Truthout.org” sugiere su propio titular para el trabajo del NYT que, según él, debería haber sido: “Ya es oficial: Estados Unidos es el principal estado terrorista del mundo, y está orgulloso de serlo” (1).

El conocido lingüista, filósofo y analista político estadounidense dice además en ese artículo publicado en noviembre de 2014 que Estados Unidos es "el estado terrorista número uno", teniendo en cuenta sólo sus mortíferas operaciones dirigidas por la CIA en países como Nicaragua y Cuba, dos de los casos de “ayuda encubierta” mencionados junto con el de Angola en el primer párrafo del artículo del NYT, que a su juicio fueron cada uno una verdadera “operación terrorista llevada a cabo por Estados Unidos".

En aras de la brevedad y asumiendo como ampliamente conocidos los casos de Cuba, que incluye acciones terroristas de todo tipo durante estos casi 60 años de revolución, y de Nicaragua, al proveer de armas, entrenamiento y un importante apoyo financiero y logístico a los “Contras” en lo que fue una brutal intervención armada del imperio por medio de ellos, entre 1980 y 1991, pasaremos a reseñar el caso Angola, de la mano del mismo Chomsky.

Señala el catedrático del MIT, que EE.UU. apoyó en la década de los 80 la política del “apartheid” en Sudáfrica, país que invadió Angola con la excusa de protegerse "de uno de los grupos terroristas más notorios del mundo", a juicio de Washington, que era nada más y nada menos, que “El Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela”. Continúa diciendo Chomsky que "Washington se unió a Sudáfrica para dar apoyo crucial al ejército terrorista Unita de Jonas Savimbi en Angola. Siguió haciéndolo incluso después de que Savimbi sufrió una rotunda derrota en una elección libre y cuidadosamente vigilada"; para terminar diciendo que: "Las consecuencias fueron horrendas. Una investigación de la ONU en 1989 estimó que las depredaciones sudafricanas provocaron 1,5 millones de muertes en países vecinos, sin mencionar lo que ocurría en Sudáfrica misma".

Chomsky concluye su artículo refiriéndose a la que define como "la mayor campaña terrorista del orbe”, que no es otra que “el proyecto global de asesinato de “terroristas” lanzado por Obama", mediante la utilización de drones operados con la mayor sevicia a miles de kilómetros de distancia; una acción tan extremadamente horrible y terrorífica que la mayoría de quienes la ejecutaban, con un mal disimulado entusiasmo, se han convertido en asesinos reales, alcohólicos, drogadictos y traumatizados de todo tipo de por vida (2).

A pesar de este extenso prontuario delictivo en materia de terrorismo los Estados Unidos, en su pretendido rol de gendarme mundial, pretenden arrogarse la potestad de atribuir el calificativo de terrorista a algunos de aquellos países que se niegan a aceptar sus designios, incluyéndolos en una lista de “patrocinadores del terrorismo”, que son considerados como colaboradores de “organizaciones terroristas”. Una lista que por supuesto deberían encabezar ellos mismos.

La dichosa lista, que es confeccionada por el departamento de estado, fue creada por primera vez en diciembre de 1979, con la inclusión de Libia, Irak, Yemen del Sur y Siria; siendo oportuno recordar que los dos primeros países han sido prácticamente regresados a la “Edad de Piedra”, a causa de sendas invasiones del imperio y sus aliados de la OTAN, mientras que los gobiernos legítimos de los dos últimos se encuentran librando exitosamente sendas guerras civiles inducidas también por el imperio.

La inclusión de un país en la lista va aparejada de la aplicación de sanciones unilaterales de tipo militar, económico y financiero. En la actualidad tienen el honor de compartir la lista: Corea del Norte, Irán, Siria y Sudán, todos ellos acusados de apoyar a diversos grupos insurgentes no terroristas, tales como Hezbolá y HAMAS.   

Abordando de una vez el tema central de esta nota debo decir que “The Washington Post”, el mayor y más antiguo periódico de la capital del imperio, un medio que como se recordará cobró fama mundial a principios de los 70, por su investigación sobre el caso “Watergate”, que desempeñó un papel importante en la caída del atorrante y felón presidente republicano Richard Nixon, publicó el pasado lunes 19 un artículo (3) que iniciaba diciendo que según comentarios de funcionarios de la administración Trump y algunos mensajes internos de correo electrónico, el gobierno estadounidense se está preparando para agregar a Venezuela a la lista de patrocinadores estatales del terrorismo, en lo que se estima “sería una escalada dramática contra el gobierno socialista de Nicolás Maduro”.
La oprobiosa medida se estaría tomando en respuesta a las presiones ejercidas por algunos legisladores republicanos, en especial por el senador por la Florida Marco Rubio, conocido enemigo de la Revolución Bolivariana, quien ha apoyado su exigencia en supuestos vínculos del gobierno de Venezuela con el Hezbolá libanés, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y otros grupos como la organización separatista vasca ETA, sin haber ofrecido prueba alguna de esas acusaciones.

Continúa el artículo diciendo que los republicanos han acusado a Venezuela de tener vínculos con organizaciones terroristas, pero que los expertos, al minimizar la amenaza y la fuerza de esas conexiones, han advertido que una designación que no ofreciese evidencias concretas podría debilitar la “legitimidad” de la lista, que los críticos dicen que ya se aplica de manera bastante sesgada e inconsistente; dice también en relación a este aspecto que David Smilde, un alto miembro de la Oficina de Washington para Latino América (WOLA), que es una ONG cuyos objetivos declarados son la promoción de los derechos humanos, la democracia y la justicia social y económica en Latinoamérica y el Caribe, ha señalado enfáticamente que sospecha que la designación “se basará en rumores y fuentes de integridad cuestionable”.

Aunque la medida en cuestión aún no ha sido tomada y algunos legisladores como Eliot Engel, líder de la minoría demócrata en el comité de exteriores de la cámara de representantes, amenazan con obstaculizarla (4), considero que habrá de ser tomada más temprano que tarde, basándome para ello en que se trata de una competencia exclusiva del gobierno que la ejerce a través del departamento de estado, cuyo jefe actual, Mike Pompeo, siendo director de la CIA decía en una entrevista concedida a Fox News en agosto de 2017: “Venezuela puede convertirse en un riesgo para los Estados Unidos de América. Los cubanos están allí; los rusos están allí; Hezbolá está allí. Esto es algo que tiene el riesgo de volverse un problema, por lo que los Estados Unidos deben tomárselo muy en serio” (5).

Teniendo ya tantas sanciones encima no son muchas las nuevas sanciones que podrá  imponernos el imperio a raíz de nuestra inclusión en la oprobiosa lista: quizás lleguen a bloquearnos los escasos fondos que aún conservamos en el Fondo Monetario Internacional (FMI) o los que aún hayamos podido conservar en el Banco Mundial (BM) o en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID); quizás presionen más de lo acostumbrado a instituciones como la Organización Panamericana de la Salud  (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) u otras similares a las cuales aportan recursos, para que no nos atiendan debidamente; considero sin embargo que a dicha inclusión habría de seguir un boicot a las exportaciones de petróleo de Venezuela, que sigue siendo aún el cuarto mayor suministrador de petróleo extranjero en los Estados Unidos. Y ello a pesar de lo dicho por Adam Isacson, un “experto” estadounidense en América Latina, también citado en el artículo del WP, en relación a la oposición que a dicho boicot habrían de promover los republicanos en Texas y Louisiana, hogar de refinerías establecidas para procesar el petróleo de alto contenido de azufre de Venezuela, por el fuerte impacto que tal medida tendría sobre los consumidores comunes de ambos estados.

Considero sin embargo que el verdadero impacto adverso resultante de calificarnos falazmente como un país que patrocina el terrorismo, será el de proveer al imperio y sus aliados de la excusa necesaria para poder intervenirnos militarmente en aras de una supuesta defensa de la seguridad regional y la de los propios Estados Unidos; algo en lo cual coincide conmigo David Smilde, quien a decir del mismo artículo del Washington Post teme que la designación pueda "presentar a Venezuela como una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos para legitimar una opción militar".

A raíz de este nuevo intento de agresión del imperio quedan absolutamente claras, como la luna llena, las intenciones de unas recientes declaraciones del embajador colombiano en EE. UU., Francisco Santos, según las cuales el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia, un grupo insurgente considerado terrorista por los Estados, Colombia, Perú y la UE, “… es un grupo paramilitar del gobierno venezolano”, que es utilizado “para hacer las cosas sucias que no hace la Guardia Nacional” (6), algo que ha sido también sostenido por el propio presidente Duque, con las mismas intenciones, en múltiples ocasiones.

En el marco de este nuevo escenario bélico posible y como quiera que continúo sosteniendo que la intervención militar del imperio, que habrá de tener como puntas de lanza a Colombia y Guyana (7), será materializada a través de la frontera sur, es que considero que debemos mantener encendidas las alarmas a plena intensidad, con base en los siguientes hechos:

·         La celebración en Brasil, entre el 18 y el 30 de noviembre de la octava edición del “Ejercicio Crucero del Sur” (CRUZEX) (8), en el que participarán al menos 14 países: Brasil, Canadá, Chile, Francia, Perú, Uruguay y Estados Unidos, como participantes activos; Bolivia, India, Suecia, Reino Unido y Venezuela, en el rol de observadores; y Portugal y Alemania como conferencistas, al igual que Francia; desplegándose con unas 120 aeronaves aproximadamente. Una de las novedades de esta edición de CRUZEX es la adición del entrenamiento en escenarios de guerra no convencional, con el enfrentamiento a fuerzas insurgentes y paramilitares, en el contexto de una misión de las Naciones Unidas. La presencia de Venezuela en el rol de país observador no debe infundirnos mayor confianza, puesto que fuimos invitados desde la clausura de la séptima edición celebrada en el 2013, cuando la situación política del vecino era diametralmente opuesta a la actual.
·         Un político colombiano de tanta seriedad y confiabilidad como lo es sin dudas el expresidente Ernesto Samper, exsecretario general de UNASUR, ha señalado recientemente que: “Existe una actitud inexplicablemente pugnaz del nuevo gobierno de Colombia que a mi juicio tiene el propósito de crear unas condiciones para un enfrentamiento armado entre ese país y Venezuela; de hecho, veo la posibilidad de que exista ese conflicto…” (9).
·         Recientemente la policía de Guyana reportó que un oficial de ese organismo fue herido por supuestos miembros de una banda conocida como el “Sindicato” que opera en la frontera entre Venezuela y la zona en reclamación con Guyana. Según reportan los organismos de seguridad guayaneses, aún “no se ha arrestado a nadie, ya que el autor [de los disparos] estaba en el lado venezolano de la frontera cuando abrió fuego” (10). Como podrá recordarse, a inicios de este año, el presidente guyanés David Granger, siempre presto a atacar a Venezuela, habría pedido que se aumentara la presencia militar en la frontera, debido a que el “Sindicato” aumentó sus acciones delictivas en la zona y  se habrían reportado ataques a mineros guyaneses.

Ya para concluir quiero señalar, repitiendo lo dicho en un artículo anterior (7), que si en definitiva Colombia y Guyana decidiesen actuar en profundidad como los peones del imperio que realmente son, invadiendo nuestro territorio, no les arriendo las ganancias puesto que de este lado se encontrarán con un pueblo cívico-militar, plenamente capacitado para la defensa del territorio y dispuesto a entregar hasta su última gota de sangre por entender que si Venezuela cae, habrá de caer toda “Nuestra América” , que retornaría a ser el infamante “patio trasero” del imperio. También porque en el supuesto negado de que lograsen una victoria, seguro estoy que el imperio lejos de entregarles la pretendida recompensa, no hará otra cosa que apretarles el yugo ya que habrá desaparecido uno de los principales bastiones de la resistencia latinoamericana.
¡Hasta la Victoria, Siempre!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
Caracas, noviembre 24 de 2018
celippor@gmail.com

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