Venezuela, siglos XIX-XXI, un digno
país que ya ha derrotado a dos imperios (*)
Carlos E. Lippo
“Toda la gigantesca obra de
El Libertador fue y es antiimperialista. Ese es su signo más definitorio.
Cada frase suya de rebeldía,
cada marcha, cada combate cuerpo a cuerpo, cada proclama, es una acción
convencida contra la hegemonía imperial”.
Yldefonso Finol,
historiador, filósofo y analista político venezolano
El
Imperio Español fue el primer imperio global de la historia, ejerciendo dominio
pleno sobre vastos territorios en los cinco continentes hasta alcanzar más de
20 millones de kilómetros cuadrados, desde finales del siglo XV hasta finales
del siglo XIX. El hecho de que una inmensa cantidad de estos territorios no
pudiesen ser alcanzados por tierra establece una diferencia importante con el
Imperio Romano y con el Imperio Mongol, dos de los más grandes imperios que le
precedieron, que es quizás una de las pocas diferencias apreciables entre
ellos, caracterizados todos por su extrema crueldad y vesania para con los pueblos
subyugados.
Considero
que su expulsión del territorio continental americano a raíz de la victoria del
ejército libertador comandado por el venezolano Antonio José de Sucre en
Ayacucho, Perú, representó prácticamente el fin de tan vasto imperio puesto que
sólo fue cuestión de tiempo para que el naciente imperio global estadounidense,
después de derrotarlo en una guerra en la que lo había obligado a intervenir
por medio de un ataque de falsa bandera perpetrado sobre uno de sus acorazados
anclados en la bahía de La Habana, lo despojase de sus últimas posesiones en
América, las islas de Cuba y Puerto Rico, en el mar Caribe, así como de las
Filipinas y las Islas Marianas en el Pacífico Occidental.
El
hecho de que el Mariscal de Ayacucho estuviese bajo el mando supremo de El
Libertador Simón Bolívar, en ese entonces presidente de la República de
Colombia (conformada por los territorios de las actuales repúblicas de
Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela), y que la base de su ejército estuviese
conformada por los mismos llaneros venezolanos con los que este último hiciese
el heroico paso de Los Andes en el páramo de Pisba en 1819, me permite decir
con toda propiedad que es el pueblo venezolano el auténtico vencedor del
imperio español en América; tratándose éste del mismo pueblo que constituyendo
esa amalgama de indígena originario, negro africano y blanco europeo, el
Libertador identificase ya en 1815 como un nuevo género humano y más tarde
Vasconcelos llamase “la raza cósmica”,
estando muy lejos de tener pretensión supremacista alguna.
El
más reciente imperio global, el estadounidense, comenzó a ser proyectado por
sus llamados “padres fundadores” en
los albores de su independencia del imperio británico, de la mano de la
doctrina del Destino Manifiesto, según la cual ellos asumen que deben
extenderse por todo el continente americano, que les ha sido asignado por la
Providencia, para el desarrollo de un gran experimento de libertad y
autogobierno; siendo esto para ellos un derecho comparable con el que tiene un
árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus
capacidades y el crecimiento que tiene como destino.
Nuestro
primer y único enfrentamiento militar con el imperio estadounidense aún en
gestación, tuvo lugar en diciembre de 1817, cuando el ejército expedicionario
venezolano que había liberado el territorio de la isla Amelia, para fundar la
república de La Florida por órdenes expresas del libertador Simón Bolívar,
fuese derrotado por el general estadounidense Andrew Jackson, al mando de una
fuerza militar conjunta hispano-estadounidense.
Posteriormente,
a mediados de 1818 estuvimos muy cerca de llegar a otro enfrentamiento militar,
en ocasión del apresamiento por parte de las fuerzas patriotas, de dos buques
mercantes privados de bandera estadunidense, que cargando armas y demás efectos
militares y violando el bloqueo impuesto por las fuerzas patriotas, penetraron
en el río Orinoco con el propósito de entregar su carga a las fuerzas realistas
españolas. En esa oportunidad el gobierno estadounidense, con toda la
prepotencia y la petulancia de las que ya adolecía en tan lejana época, intentó
una extremadamente airada reclamación ante el gobierno revolucionario
venezolano, que no derivó en un conflicto bélico gracias a la paciencia y la
habilidad diplomática del Libertador.
Su
boicot continuado al Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, máxima expresión
del ideal integracionista latinoamericano de El Libertador, con la manifiesta
complicidad del traidor vicepresidente de la República de Colombia, Francisco
de Paula Santander, a quien una empresa privada que aspiraba a construir el
canal interoceánico hizo socio, mantuvo viva la manifiesta conflictividad entre
el gobierno estadounidense y El Libertador, quien con todo fundamento escribió
en una carta dirigida al coronel Patricio Campbell, fechada en Guayaquil el 15
de agosto de 1829, la siguiente frase lapidaria: "Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar
la América de miserias en nombre de la libertad".
Desde
la repentina muerte del Libertador, ocurrida en diciembre de 1830 cuando éste
se aprestaba a invadir a Venezuela para recuperar el poder usurpado por el
traidor Páez, a la cual tengo la firme convicción de que estuvo vinculado el
gobierno de Washington, hasta comienzos del siglo XX, el imperio norteamericano
pareció haber dejado de lado su abierta actividad injerencista en contra de
Venezuela.
Durante
ese largo intervalo parece haber cedido terreno en Venezuela a favor del
imperio Británico, que intentó entonces despojarnos de toda la rica región de
Guayana al sur del río Orinoco, y terminó por despojarnos con su ayuda de
nuestra Guayana Esequiba.
Semejante
repliegue del imperio norteamericano no significaba en modo alguno un cambio de
actitud hacia Venezuela, sino un obligado aplazamiento táctico mientras se
ocupaba de extenderse a nivel global, mediante turbias acciones tales como
éstas: despojando a México de más de la mitad del territorio que le
correspondía por herencia del imperio español, representado por los actuales
estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, así como parte de
los estados de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma; despojando a
España de sus islas del Caribe y el Pacífico Occidental; apoderándose por la
fuerza de las islas Hawai; adquiriendo el territorio de Alaska del corrupto y
arruinado régimen zarista de Rusia; así como por medio unas cuantas tropelías
anexionistas que no es del caso mencionar en estas cortas líneas.
Es
en los inicios del siglo XX, cuando en ocasión del bloqueo naval de nuestros
principales puertos así como de las bocas del Orinoco, impuesto por los
imperios Británico y Alemán junto al reino de Italia, que reclamaban el pago de
unas ilegales y extremadamente abultadas deudas no reconocidas por el gobierno
nacionalista del general Cipriano Castro, que el gobierno del imperio,
invocando la Doctrina Drago, por no querer aplicar la Doctrina Monroe en contra
de sus aliados de entonces y de hoy, se ofrece para servir de mediador entre
nuestro gobierno y las potencias invasoras logrando el desmontaje del bloqueo y
el inicio de unas conversaciones a raíz de las cuales pudo determinarse, entre
otras cosas, que el monto real de la dichosa deuda era de una sexta parte de lo
que se pretendía cobrarnos.
No
tardaría el imperio en cobrarnos con creces tan auspiciosa intervención
apoyando el golpe de estado que propinase el vicepresidente Juan Vicente Gómez
a su compadre Cipriano Castro, en diciembre de 1908, con el envío de tres
buques de guerra a fondear en las aguas de nuestro principal puerto, en estado
de franca hostilidad y amenaza.
Con
la larguísima dictadura de Gómez se establece un férreo dominio del imperio
norteamericano en Venezuela, traducido en una suerte de protectorado no formal,
con todas las ventajas de éste pero sin ninguna obligación para con los “protegidos”, que habrá de ser tolerado
en mayor o menor grado por todos nuestros gobiernos, independientemente de su
forma y origen, hasta 1998.
Fueron
en total 90 años de vergonzante entrega de nuestra soberanía económica, militar
y política, afianzada en una burguesía improductiva y apátrida, capaz hasta de
pagar por venderse; una casta militar sin coraje ni sentido patriótico,
formada, o mejor dicho “deformada”,
en las academias militares gringas; y una élite política parasitaria y sin los
más mínimos escrúpulos, capaz de traicionar a las grandes masas populares que
creyeron en ella y su falsa democracia, una, una y otra vez.
Un
caso extraído de nuestra industria petrolera subdesarrollada y dependiente
habrá de servir para ilustrar la terrible entrega de nuestra soberanía
económica. Se trata de la Orimulsión, un combustible resultante de mezclar agua
con el crudo extrapesado de la Faja Petrolífera del Orinoco, “inventado” por el Centro de
Investigación y Apoyo Tecnológico de la PDVSA de entonces, que por no
representar ninguna innovación sólo pudo ser registrado como una marca
comercial identificadora del crudo de ese origen.
Con
este subterfugio se nos hacía vender nuestro crudo extrapesado, que no era
bitumen como sostenían los gringos, sino petróleo líquido extraíble por los
métodos convencionales de entonces, a precios equivalentes al del carbón, que
para esos días eran tres veces menores que el precio de ese tipo de petróleo.
Como entre 1990 y 2001 se exportaron trescientos millones de barriles de
Orimulsiòn con descuentos de US$ 10,04 por barril, la pérdida patrimonial para
el país, sólo por este concepto, fue del orden de los 3.000 millones de dólares
americanos; esto sin tomar en cuenta las pérdidas derivadas de la disminución
que su presencia en los mercados significaba, para el precio de nuestros crudos
convencionales y de todos los de la OPEP.
El
sólo hecho de haber intentado recuperar nuestra soberanía en todos sus órdenes,
habiendo logrado algunos éxitos importantes, hubiese sido más que suficiente
para colocarnos en la mira del imperio, necesitado como nunca de expoliar
nuestros ingentes recursos naturales, a causa de su dependencia cada vez mayor
de las grandes corporaciones privadas del capitalismo neoliberal que, ha
conducido a un caos generalizado que afecta la vida de las mayorías
empobrecidas, negras o blancas, que sobreviven con salarios de miseria, sin
salud, sin seguridad social y sin posibilidad ninguna de escapar del ciclo
inexorable de la pobreza. Si a eso agregamos nuestro intento por demostrar que
un mundo mejor es posible, mediante nuestra contribución a la creación de un
mundo pluripolar y multicéntrico, así como el haber declarado el carácter
socialista y antiimperialista de nuestra revolución, es absolutamente
explicable que hayamos sido convertidos en el objetivo militar prioritario que
hoy día somos. Un objetivo que habiendo sido establecido como tal desde el
inicio de nuestra revolución en 1999, adquirió ese carácter prioritario de primer
orden a raíz del asesinato de Chávez.
Considero
haber demostrado fehacientemente, en anteriores trabajos, que la amenaza
militar del imperio sobre Venezuela es absolutamente real y que lamentablemente
podría ser materializada en cualquier momento a partir de ahora. En
contraposición, la amenaza que nosotros pudiéramos representar para la
hegemonía imperial, nunca de carácter militar, es algo que nos enorgullece porque siendo reconocida por
nuestros aliados, gobiernos y movimientos sociales a nivel planetario, debiera
promover su más decidido apoyo a nuestra revolución junto al más contundente
rechazo a las bastardas pretensiones del imperio.
Sostengo
que hemos derrotado al imperio norteamericano, aun cuando la batalla de
Ayacucho de esta guerra aún no se ha librado, porque el sólo hecho de haber
podido resistirla estoicamente, manteniendo intacta nuestra moral de combate y
acrecentando nuestros valores socialistas, constituye no sólo un triunfo en sí
mismo, sino el mayor de los auspicios para lo que sería, a no dudar, el gran
Vietnam de la América Latina.
Es
por ello que aunque celebro y agradezco aquella frase de Pilger con la que
trata de exaltar a la Revolución Bolivariana hasta el infinito, al señalar que “Si Venezuela cae, la humanidad cae",
no la comparto a plenitud, ya que prefiero decir que si Venezuela cae, toda la
América Latina estará en riesgo inminente de volver a ser el “patio trasero” de los Estados Unidos y
esto, que es de tan extrema gravedad, no será permitido dócil ni pasivamente
por nadie en el seno de la comunidad mundial decente, ni mucho menos por
nuestros aliados del ALBA-TCP, ni por las grandes potencias amigas: Rusia,
China Irán y Turquía. ¡Veremos entonces si el imperio
norteamericano podrá sobrevivir a tan formidable conflagración!
¡Hasta la Victoria, Siempre!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(*) “Venezuela,
un pequeño pero valeroso y digno país que ya ha derrotado a dos imperios”,
Carlos E. Lippo, Editorial Académica Española, páginas 208- 212, 03 de mayo de
2018.
Caracas,
diciembre 07 de 2018
celippor@gmail.com
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